La actualidad, los clásicos y yo
LPC en Reflexiones | Marzo 05, 2010Dice Calvino en Por qué leer a los clásicos que todos los verdaderos lectores tienen un libro que es "su" libro.
Conozco a un excelente historiador del arte, hombre de vastísimas lecturas, que entre todos los libros ha concentrado su predilección más honda en Las aventuras de Pickwick, y con cualquier pretexto cita frases del libro de Dickens, y cada hecho de la vida lo asocia con episodios pickwickianos. Poco a poco él mismo, el universo, la verdadera filosofía han adoptado la forma de Las aventuras de Pickwick en una identificación absoluta.
Y que, muchas veces, lo descubres en la escuela.
Mi primera escuela fue El Tesoro de la juventud, donde vienen resumidas las grandes obras de Shakespeare, Dante y Dostoievski y que más tarde me leí enteras en cuanto descubrí la biblioteca de Canillejas. En esa época, de preguntarmelo, mi clásico habría sido sin duda La divina comedia, aunque ahora pienso que me gustaba su mitología sangrienta y que el cielo nunca me lo acabé, porque me parecía un tostón. Después, en el último año de instituto nos hicieron leer dos libros de los que, como hacen sólo los grandes, me cambiaron para siempre: Cinco horas con Mario y San Manuel Bueno mártir. Qué afectado y estúpido me pareció el monólogo de Molly Bloom después de haberme leído el de Carmen. Qué vacío y artificial me parecíó todo el realismo mágico sudamericano, el existencialismo francés y el Sturm und drang alemán después de visitar Valverde de Lucerna y su vida secreta y subacuática.
En mi primer año de universidad leí a los Adornos y a los Wigtensteins, que estaban muy en la pomada, pero a los 17 a mí sólo me importaban los iluminados: Genet, Nietzsche y Antonin Artaud, Strindberg y William Blake, Octave Mirabeau, Mishima, Los niños terribles de Cocteau, Ariel de Sylvia Plath. Me obsesioné con Rilke y con La tierra Baldía hasta aprenderme las dos o tres primeras páginas de memoria, aunque traducidas al español. Mi religión era el éxtasis o la nada. Me entraron aires apocalípticos y empecé a escribir poesía. Me colgué con Carson McCullers, con Flannery O'Connor. Me enamoré de una fan de Marguerite Durás y la dejé por un imbécil que citaba a Gonzalo Suarez pensando que citaba a Lord Byron. Un fin de semana tomé demasiado ácido y amanecí en las afueras de Toledo con un desconocido que pintaba retratos de puertas. Poco después me fuí un fin de semana a Londres y descubrí Charing Cross Road.
Es necesario decir que Charing Cross Road ya no es lo que era entonces.
Volví a Madrid seis meses más tarde con la maleta llena de simbolistas, modernistas, prerafaelitas y confesionales, me cambié de facultad -salté de Periodismo a Filología inglesa- y empecé con los japoneses. Si me hubieran preguntado por "mi libro" entonces, habría dicho Lo bello y lo triste de Kawabata, aunque hoy no me parece tanto. Leí En busca del tiempo perdido, releí a Dostoievski y a Shakespeare, con gran sorpresa de crítica y público. James Joyce ya no me pareció tan mal, pero tampoco tan bien. Poco después dejé la facultad, empecé a escribir por dinero y mi pasión literaria se desvaneció, salvo por la poesía.
Empecé a despreciar la ficción y a leer ensayo, historia de la ciencia, entrevistas, biografías. Me gustaron la Estructura de las revoluciones científicas y me enamoré de Walter Benjamin, redescubrí la ciencia ficción y me quedé con el Pynchon del Lote y el Arcoiris. Empecé a coleccionar datos, como todos los listillos de mi generación.
Cambié a los iluminados y suicidas por los reflexivos Wallace Stevens y Derek Walcott, que Antonio tan generosa y acertadamente me regaló. Volví a los presocráticos y me colgué con Parménides, convencida de que sólo él y Rilke habían entendido el Universo. Diez años más tarde, si me preguntan cuál es el libro que más quiero de mi biblioteca serían los cuatro volúmenes de El mundo de las matemáticas editado por James Newman, aunque hoy mi principal obsesión es Emerson y pienso que, de tener un libro, sería uno suyo.
Después de Londres, a los 20 años, trabajé en un café de Alberto Aguilera donde mis clientes matutinos eran los jubilados del barrio. Uno de ellos, que había sido dentista, recitaba párrafos de La Divina Comedia en italiano. Otro que era experto en nutrición infantil recitaba sonetos de Shakespeare, y el monólogo del fantasma de Hamlet, en inglés. Había un viejito que al segundo carajillo no sabía dónde estaba su casa pero que recitaba a Ciorán y su amigo, un borrachín sin oficio ni ex-oficio, se sabía de memoria las esquinas de Combray. Yo no se recitar casi nada. Hasta me da vergüenza leer en voz alta.
Dice David Shields que escribió Reality Hunger porque quería explicarse a sí mismo y a otros por qué había perdido el interés en la ficción. Mucho antes explicaba Ciorán que los afortunados que vivían en el éxtasis, de espaldas a la realidad, no lo eran tanto. "La actualidad -dice en el mismo texto sobre los clásicos- puede ser trivial y mortificante, pero sin embargo es siempre el punto donde hemos de situarnos para mirar hacia adelante o hacia atrás".
Para poder leer los libros clásicos hay que establecer desde dónde se los lee. De lo contrario tanto el libro como el lector se pierden en una nube intemporal. Así pues, el máximo «rendimiento» de la lectura de los clásicos lo obtiene quien sabe alternarla con una sabia dosificación de la lectura de actualidad.
Pero ayer, mientras leía Reality Hunger, me sentí tan reflejada en sus síntomas que he decidido eliminar de mi vida todos los libros, peliculas y canciones que no vayan a cambiar mi vida para siempre.
Porque, aunque la iluminación necesita de la realidad, si comparas la actualidad de Calvino con nuestra dieta de actualidad diaria, incluyendo TV, periódicos, conversaciones, Facebook, Twitter y youtube, es posible que Calvino estuviera hablando de realidad y nosotros, de otra cosa. Porque no quiero morirme sin tener "mi libro". Y, sobre todo, porque todas las generaciones producen cientos de ignorantes ilustrados como David Shields, pero es posible que los viejitos de mi bar sean los últimos de su especie y yo prefiero ser como ellos que acabar como él.
La foto es de Anna Wolf.
Lavirgen!!!
Puesto por J.T. a las Marzo 5, 2010 03:40 PM